RELACIÓN DE PILATO
(ANAPHORA)
RELACIÓN DEL GOBERNADOR PILATO ACERCA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, ENVIADA A CÉSAR AUGUSTO A ROMA.
En aquellos días que siguieron a la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, en tiempo de Poncio Pilato, gobernador de Palestina de Fenicia, se compusieron en Jerusalén estas memorias que refieren lo que hicieron los judíos contra el Señor. Pilato, pues, juntamente con su correspondencia particular, envió estas memorias al César, residente en Roma, después de escribir así`:
((Al excelentísimo, piadosísimo, divinísimo y terriblísimo César Augusto, el gobernador de la provincia oriental, Pilato.
Excelencia: La relación que voy a haceros es causa de que me sienta cohibido por el temor y por el temblor. Pues habéis de saber que en esta provincia que gobierno, única entre las ciudades en cuanto al nombre de Jerusalén, el pueblo en masa de los judíos me entregó un hombre llamado Jesús, acusándole de muchos crímenes que no pudieron demostrar con la afluencias de las razones. Había entre ellos una facción enemiga suya porque Jesús les decía que el sábado no era día de descanso ni fiesta de guardar. Él, en efecto, obró muchas curaciones en tal día: devolvió la vista a los ciegos y la facultad de andar a los cojos; resucitó a los muertos; limpió a los leprosos; curó a los paralíticos, incapaces en absoluto de tener impulso corporal ni erección de nervios, sino sólo voz y articulaciones, dándoles fuerzas para andar y correr. Y extirpaba la enfermedad con solo su palabra. Otra nueva acción más portentosa, desconocida entre nuestros dioses: resucitó a un muerto de cuatro días con sólo dirigirle su palabra; y es de notar que el muerto tenía ya la sangre corrompida y estaba putrefacto a causa de los gusanos salidos de su cuerpo y despedía un hedor de perro. Viéndole, pues, yacente como estaba en el sepulcro, la mandó que echara a correr; y él, como si no tuviera lo más mínimo de cadáver, sino más bien como un esposo que sale de la camara nupcial, así salió del sepulcro, rebosante de perfume.
Y a unos extrajeros, endemoniados a todas luces, que tenían su domicilios en los desiertos y comían sus propias carnes, portándose como bestias y reptiles, incluso a ellos les hizo honrados ciudadanos, les volvió cuerdos con su palabra y les preparó para ser sabios, poderosos y gloríosos, comensales de todos los que odiaban los espíritus inmundos y perniciosos que habitaban anteriormente en ellos, a quienes arrojó a lo profundo del mar.
Había, además, otro que tenía la mano seca. Mejor dicho, no sólo su mano, sino la mitad entera de su cuerpo estaba petrificada, de manera que no tenía figura de varón ni dilatación de músculos. E incluso a éste le curó con una palabra y le dejó sano.
Y había otra mujer hemorroísa, cuyas articulaciones y venas estaban agotadas por el flujo de sangre, que no llevaba ya consigo ni cuerpo humano siquiera, que se asemejaba a un cadáver y que, finalmente, se había quedado sin voz. Tal era su gravedad, que ningún médico del territorio encontró manera de curarla y ni esperanza siquiera de vida le quedaba. Mas una vez que Jesús pasaba en secreto por allí, tomó fuerzas de la sombra de éste y tocó por detrás la orla de su vestido; inmediatamente sintió que una fuerza henchía su oquedades y, como si jamás hubiera estado enferma, empezó a correr ágilmente camino de su ciudad, Capernaum, estando a punto de igualar la marcha de seis jornadas.
Y esto que acabo de relatar con toda circunspección, lo hizo Jesús en día de sábado. obró, además, otros milagros mayores que éstos, de manera que he llegado a pensar que los portentos suyos son mayores que los que hacen los dioses venerados por nosotros.
Este es, pues, aquel a quien Herodes, y Arquelao, y Filipo, Anás y Caifás, me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado a su cargo causa alguna de delitos a malas acciones, mandé que le crucificaran después de someterle a la flagelación.
Y mientras le crucificaban, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra, quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre, y el mundo de los infiernos quedó absorbido; incluso lo que era llamado santuario desapareció, a la caída de éstos, de la vista de los mismos judíos; finalmente, por el eco de los truenos repetidos, se produjo una hendidura en la tierra.
Y, cuando todavía cundía este pánico, aparecieron algunos muertos que habían resucitado, como atestiguaron llos mismos judíos, y dijeron ser Abraham, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y Job, las primicias de los muertos, como ellos dicen, que fallecieron hace tres mil quinientos años. Y muchísimos de ellos, a los que yo pude ver también aparecidos corporalmente, se lamentaban a su vez a causa de los judíos: por la prevaricación que estaban cometiendo, por su perdición y por la de su Ley.
Duro el miedo del terremoto a partir de la hora sexta del viernes hasta la hora nona. Y, al llegar la tarde del primer día de la semana, se oyó un eco procedente del cielo, mientras éste adquiría un resplandor siete veces más vivo que todos los días. Y a la hora tercia de la noche apareció incluso el sol brillando más que nunca y embelleciendo todo el firmamento. Y de la misma manera que los relámpagos sobrevienen de repente en el invierno, así aparecieron súbitamente unos varones, excelsos por su vestidura y por su gloria, que daban voces semejantes al fragor de un enorme trueno, diciendo: (( Jesús, el que fue crucificado acaba de resucitar. Levantaos del abismo los que estáis presos en los subterráneos del infierno)). Y la hendidura de la tierra era tal, que parecía no había fondo, sino que dejaba ver los mismos fundamentos de la tierra, entre los gritos de los que estaban en el cielo y paseaban corporalmente en medio de los muertos que acababan de resucitar. Y aquel que dio vida a los muertos y encadenó al infierno decia: ((Dad este encargo a mis discípulos: Él va delante de vosotros a Galilea; allí podréis verle)).
Por toda aquella noche no cesó la luz de brillar. Y muchos de los judíos perecieron absorbidos por la hendidura de la tierra, de manera que al día siguiente no compareció gran parte de los que habían estado en contra de Jesús, Otros veían apariciones de resucitados, a quienes ninguno de nosotros había visto. Y en Jerusalén mismo no quedó ni una sola sinagoga de los judíos, pues todas desaparecieron en aquel derrumbamiento.
Así, pues, fuera de mí por aquel pánico y cohibido por un temblor horrible en extremo, he hecho a vuestra excelencia la relación de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos. Y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remetido a vuestra divinidad, ¡oh Señor!)).
tsorosscondi2
sábado, 7 de abril de 2012
viernes, 6 de abril de 2012
TRADICIÓN DE PILATO
(PARADOSIS)
Llegó a Roma la carta y fue leída al César en presencia de no pocas personas. Y todas quedaron atónitas al oír que, a causa del delito de Pilato, las tinieblas y el terremoto habían afectado a toda la tierra. Y, montando el César en cólera, envió soldados y ordenó que llevaran preso a Pilato.
Conducido que fue a Roma y enterado el César de que había llegado, se sentó éste en el templo de los dioses a la cabeza del senado, acompañado de todo el elemento militar y de la multitud que integraba sus fuerzas. Entonces dio órdenes de que avanzara delante de Pilato y quedara en pie. Y a continuación le dijo: ((¿Por qué has tenido la osadía de hacer tales cosas, monstruo de impiedad, después de haber visto prodigios como los que hacía aquel hombre? Por atreverte a cometer tal villania, has acarreado la ruina a todo el universo)).
Mas Pilato replicó: ((¡Oh emperador!, yo no soy culpable de esto; los incitadores y responsables son la turba de los judíos)). César dijo: ((¿Y quiénes son éstos?)) Respondió Pilato: ((Herodes, Arquelao,Filipo, Anás, Caifás y toda la turba de los judíos)). Repuso César: ((¿Y por qué secundaste tú el propósito de aquéllos?)) Dijo Pilato: ((Su nación es levantisca e insumisa; no se somete a tu imperio)). A lo que replicó César: ((Nada más entregártelo debiste ponerlo a buen seguro y enviármelo a mí y no dejarte persuadir por ellos a crucificar a un personaje como éste, que era justo y que hacía prodigios tan buenos como hacías constar en tu relación. Pues señales como éstas bien daban a conocer que Jesús era el Cristo, el rey de los judíos)).
Y nada más decir esto César, cuando mencionó el nombre de Cristo, toda la caterva de dioses se desplomó y quedó reducida a una especie de polvadera que ocupó el recinto en que estaba sentado el César acompañado del senado. Y todo el pueblo que estaba en presencia del César, quedó todo amedrentado al oír pronunciar el nombre y ante la caída de aquellos dioses, y, sobrecogidos de temor, se fue cada cual a su casa, llenos de admiración por lo ocurrido. Entonces mandó el César que Pilato fuera sometido a una segura vigilancia, de manera que él pudiera conocer la verdad de lo que consernía a Jesús.
Al día siguiente se sentó César en el Capitolio juntamente con el senado en pleno y se propuso de nuevo interrogar a Pilato. Dijo, pues, el César: ((Di la verdad, monstruo de impiedad, pues, por la acción impía que llevaste a cabo contra Jesús, tu mala conducta ha venido a ponerse aquí de manifiesto por el hecho de que los dioses se hayan desplomado. Dime, pues, ¿quién es aquel crucificado, ya que su nombre ha traído la perdición incluso de todos los dioses?)) Pilato respondió: ((Efectivamente, lo que de Él se menciona es verdadero; yo mismo, al ver sus obras, llegué a persuadirme de que aquel personaje era de mayor categoría que todos los dioses que nosotros veneramos)). Preguntó entonces César: ((¿Cómo, pues, tuviste la osadía de hacer aquello contra Él, conociéndole como le conocías? ¿O es que maquinabas algún mal contra mi imperio?)) Mas Pilato respondió: ((Hice esto por la iniquidad y la sublevación de los judíos sin Ley y sin Dios)).
Encolerizado entonces el César, se puso a deliberar con todo el senado y su ejército. Y mandó escribir un edicto contra los judíos concebido en estos términos: ((A Liciano, gobernador de la provincia oriental, salud. He venido en conocimiento del hecho atrevido e ilegal que ha tenido lugar en nuestros tiempos por parte de los judíos que habitan en Jerusalén y las ciudades circunscritas, hasta el punto de que han obligado a Pilato a crucificar a cierto Dios llamado Jesús, crimen tan horrendo, que por Él el universo, entenebrecido, iba a ser arrastrado a la ruina. Haz pues, ánimo de presentarte a ellos con toda tu premura, bien pertrechado de fuerzas, y declara la esclavitud por el presente edicto. Sé obediente a la consigna de atacarles y desparramarles por el mundo; redúcelos a servidumbre en todas las naciones y, después de expulsar de toda la Judea hasta la reliquia más insignificante de su raza, haz que no aparezca ni esto siquiera, llenos como están de maldad)).
Liegando este edicto al Oriente, Liciano obedeció al tenor terrible de la orden y dio al exterminio a la nación entera de los judíos; y a los que quedaron en Judea les echó a la diáspora de las naciones para ser esclavos, de manera que llegó a conocimiento del César lo que había hecho Liciano contra los judíos en Oriente, y le agradó.
Y el César se dispuso de nuevo a juzgar a Pilato. Luego mandó a un jefe llamado Aibio que le cortara la cabeza, diciendo: ((De la misma manera que éste levantó su mano contra aquel hombre justo llamado Cristo, de manera semejante caerá éste también sin remisión)).
Mas Pilato, cuando hubo llegado al lugar señalado, se puso a orar en silencio de esta manera: ((Señor, no me pierdas en compañia de los perversos hebreos, pues yo no hubiera levantado mi mano contra ti si no hubiera sido por el pueblo de los inicuos judíos, pues se rebelaron contra mí; pero tú sabes que obré sin saber. Así, pues, no me pierdas por este pecado, sino sé benigno conmigo, ¡oh Señor!, y con tu sierva Procla, que está a mi lado en esta hora de mi muerte, a quien te dignaste designar como profetisa de tu futura crucifixión. No condenes también a ésta por mi pecado, sino perdónanos y cuéntanos entre la porción de tus escogidos)).
Y he aquí que, después de terminar Pilato su oración, vino una voz del cielo que decía: ((Bienaventurado te llamarán las generaciones y patrias de las gentes, porque en tu tiempo se cumplieron todas estas cosas que habían sido dichas por los profetas acerca de mí; y tú has de aparecer como testigo en mi segunda venida, cuando vaya a juzgar a las doce tribus de Israel y a los que no han confesado mi nombre)). Y sacudió el prefecto la cabeza de Pilato, y he aquí que un ángel del Señor la recibió. Y al ver Procla, su mujer, al ángel que venía para recibir la cabeza de él, rebosante de alegría, entregó también su espíritu al instante y fue sepultada juntamente con su marido.
Llegó a Roma la carta y fue leída al César en presencia de no pocas personas. Y todas quedaron atónitas al oír que, a causa del delito de Pilato, las tinieblas y el terremoto habían afectado a toda la tierra. Y, montando el César en cólera, envió soldados y ordenó que llevaran preso a Pilato.
Conducido que fue a Roma y enterado el César de que había llegado, se sentó éste en el templo de los dioses a la cabeza del senado, acompañado de todo el elemento militar y de la multitud que integraba sus fuerzas. Entonces dio órdenes de que avanzara delante de Pilato y quedara en pie. Y a continuación le dijo: ((¿Por qué has tenido la osadía de hacer tales cosas, monstruo de impiedad, después de haber visto prodigios como los que hacía aquel hombre? Por atreverte a cometer tal villania, has acarreado la ruina a todo el universo)).
Mas Pilato replicó: ((¡Oh emperador!, yo no soy culpable de esto; los incitadores y responsables son la turba de los judíos)). César dijo: ((¿Y quiénes son éstos?)) Respondió Pilato: ((Herodes, Arquelao,Filipo, Anás, Caifás y toda la turba de los judíos)). Repuso César: ((¿Y por qué secundaste tú el propósito de aquéllos?)) Dijo Pilato: ((Su nación es levantisca e insumisa; no se somete a tu imperio)). A lo que replicó César: ((Nada más entregártelo debiste ponerlo a buen seguro y enviármelo a mí y no dejarte persuadir por ellos a crucificar a un personaje como éste, que era justo y que hacía prodigios tan buenos como hacías constar en tu relación. Pues señales como éstas bien daban a conocer que Jesús era el Cristo, el rey de los judíos)).
Y nada más decir esto César, cuando mencionó el nombre de Cristo, toda la caterva de dioses se desplomó y quedó reducida a una especie de polvadera que ocupó el recinto en que estaba sentado el César acompañado del senado. Y todo el pueblo que estaba en presencia del César, quedó todo amedrentado al oír pronunciar el nombre y ante la caída de aquellos dioses, y, sobrecogidos de temor, se fue cada cual a su casa, llenos de admiración por lo ocurrido. Entonces mandó el César que Pilato fuera sometido a una segura vigilancia, de manera que él pudiera conocer la verdad de lo que consernía a Jesús.
Al día siguiente se sentó César en el Capitolio juntamente con el senado en pleno y se propuso de nuevo interrogar a Pilato. Dijo, pues, el César: ((Di la verdad, monstruo de impiedad, pues, por la acción impía que llevaste a cabo contra Jesús, tu mala conducta ha venido a ponerse aquí de manifiesto por el hecho de que los dioses se hayan desplomado. Dime, pues, ¿quién es aquel crucificado, ya que su nombre ha traído la perdición incluso de todos los dioses?)) Pilato respondió: ((Efectivamente, lo que de Él se menciona es verdadero; yo mismo, al ver sus obras, llegué a persuadirme de que aquel personaje era de mayor categoría que todos los dioses que nosotros veneramos)). Preguntó entonces César: ((¿Cómo, pues, tuviste la osadía de hacer aquello contra Él, conociéndole como le conocías? ¿O es que maquinabas algún mal contra mi imperio?)) Mas Pilato respondió: ((Hice esto por la iniquidad y la sublevación de los judíos sin Ley y sin Dios)).
Encolerizado entonces el César, se puso a deliberar con todo el senado y su ejército. Y mandó escribir un edicto contra los judíos concebido en estos términos: ((A Liciano, gobernador de la provincia oriental, salud. He venido en conocimiento del hecho atrevido e ilegal que ha tenido lugar en nuestros tiempos por parte de los judíos que habitan en Jerusalén y las ciudades circunscritas, hasta el punto de que han obligado a Pilato a crucificar a cierto Dios llamado Jesús, crimen tan horrendo, que por Él el universo, entenebrecido, iba a ser arrastrado a la ruina. Haz pues, ánimo de presentarte a ellos con toda tu premura, bien pertrechado de fuerzas, y declara la esclavitud por el presente edicto. Sé obediente a la consigna de atacarles y desparramarles por el mundo; redúcelos a servidumbre en todas las naciones y, después de expulsar de toda la Judea hasta la reliquia más insignificante de su raza, haz que no aparezca ni esto siquiera, llenos como están de maldad)).
Liegando este edicto al Oriente, Liciano obedeció al tenor terrible de la orden y dio al exterminio a la nación entera de los judíos; y a los que quedaron en Judea les echó a la diáspora de las naciones para ser esclavos, de manera que llegó a conocimiento del César lo que había hecho Liciano contra los judíos en Oriente, y le agradó.
Y el César se dispuso de nuevo a juzgar a Pilato. Luego mandó a un jefe llamado Aibio que le cortara la cabeza, diciendo: ((De la misma manera que éste levantó su mano contra aquel hombre justo llamado Cristo, de manera semejante caerá éste también sin remisión)).
Mas Pilato, cuando hubo llegado al lugar señalado, se puso a orar en silencio de esta manera: ((Señor, no me pierdas en compañia de los perversos hebreos, pues yo no hubiera levantado mi mano contra ti si no hubiera sido por el pueblo de los inicuos judíos, pues se rebelaron contra mí; pero tú sabes que obré sin saber. Así, pues, no me pierdas por este pecado, sino sé benigno conmigo, ¡oh Señor!, y con tu sierva Procla, que está a mi lado en esta hora de mi muerte, a quien te dignaste designar como profetisa de tu futura crucifixión. No condenes también a ésta por mi pecado, sino perdónanos y cuéntanos entre la porción de tus escogidos)).
Y he aquí que, después de terminar Pilato su oración, vino una voz del cielo que decía: ((Bienaventurado te llamarán las generaciones y patrias de las gentes, porque en tu tiempo se cumplieron todas estas cosas que habían sido dichas por los profetas acerca de mí; y tú has de aparecer como testigo en mi segunda venida, cuando vaya a juzgar a las doce tribus de Israel y a los que no han confesado mi nombre)). Y sacudió el prefecto la cabeza de Pilato, y he aquí que un ángel del Señor la recibió. Y al ver Procla, su mujer, al ángel que venía para recibir la cabeza de él, rebosante de alegría, entregó también su espíritu al instante y fue sepultada juntamente con su marido.
jueves, 5 de abril de 2012
CARTA DE HERODES A PILATO
Herodes, tetrarca de los galileos, saluda al gobernador de los judíos, Poncio Pilato.
Estoy sumido en no pequeña aflicción, conforme al dicho de las Sagradas Escrituras, por las cosas que paso a relatarte, así como pienso que tú a tu vez te afligirás al leerlas. Pues has de saber que mi hija Herodíades, a quien yo amaba ardientemente, ha perecido por estar jugando junto al agua cuando ésta desbordaba sobre las márgenes del río. Efectivamente, el agua la cubrió de repente hasta el cuello; su madre entonces la agarró de la cabeza para que no se la llevara la corriente, pero se desprendió ésta del tronco y fue lo único que mi esposa pudo recoger, pues lo restante del cuerpo fue arrastrado por la corriente. Mi mujer ahora aprieta, llorando, la cabeza sobre sus rodillas, y toda mi casa está sumida en una pena insesante.
Yo, por mi parte, me encuentro rodeado de muchos males a partir del momento en que supe que tú le habías despreciado (a Jesús); y quiero ponerme en camino tan sólo para verle, adorarle y escuchar alguna palabra de su labios, pues he perpetrado muchas maldades contra Él y contra Juan el Bautista; ciertamente estoy recibiendo con toda justicia mi merecido, pues mi padre derramó sobre la tierra mucha sangre de hijos ajenos a causa de Jesús, y yo, a mi vez, he degollado a Juan, el que le bautizó.
Justos son los juicios de Dios, porque cada cual recibe su recompensa en consonancia con sus deseos. Así, pues, ya que te es dado ver de nuevo a Jesús, lucha ahora por mí y dile en mi favor una palabra; porque a vosotros, los gentiles, os ha entregado el reino, conforme a lo que dijeron Cristo y los profetas.
Lesbónax, mi hijo, se encuentra en una necesidad extrema, presa de una enfermedad agotadora desde hace muchos días. Yo, a mi vez, me encuentro enfermo de gravedad, sometido al tormento de la hidropasía, hasta el punto de que salen gusanos de mi boca. Mi mujer ha llegado incluso a perder el ojo izquierdo por la desgracia que se ha cernido sobre mi casa. Justos son los juicios de Dios, por cuanto hemos ultrajado al ojo inocente. No hay paz para los sacerdotes, dice el Señor. La muerte hará presa en ellos y en el senado de los hijos de Israel, pues pusieron inicuamente sus manos sobre el justo Jesús. Todo esto ha venido a cumplirse en la consumación de los siglos; y así, las naciones van a recibir en herencia el reino de Dios, mientras que los hijos de la luz serán arrojados fuera por no haber observado lo que convenía en relación con el Señor y con su Hijo.
Por todo lo cual ciñe ahora tus lomos, asume tu autoridad judicial de noche y de día, unido a tu mujer en el recuerdo de Jesús, y será vuestro el reino, pues nosotros hemos hecho padecer al justo. Y si es que hay lugar para mis ruegos, ¡oh Pilato!, puesto que nacimos simultáneamente, da sepultura diligentemente a mi casa, pues preferimos ser sepultados por ti que no por los sacerdotes, a quienes en breve, según las escrituras de Jesús, les espera el juicio. Adiós.
Te he enviado los pendientes de mi mujer y mi propio anillo. Si es que te acuerdas, me lo devolverás en el último día. Ya van aflorando los gusanos de mi boca y con ello recibo el castigo de este mundo; pero temo más a la sentencia de allá, pues los módulos de justicia que me aplicará el Dios vivo serán por duplicado. Vamos desapareciendo fugazmente de esta vida a los pocos años de nacer, y de allí proviene el juicio eterno y la retribución de las acciones.
Estoy sumido en no pequeña aflicción, conforme al dicho de las Sagradas Escrituras, por las cosas que paso a relatarte, así como pienso que tú a tu vez te afligirás al leerlas. Pues has de saber que mi hija Herodíades, a quien yo amaba ardientemente, ha perecido por estar jugando junto al agua cuando ésta desbordaba sobre las márgenes del río. Efectivamente, el agua la cubrió de repente hasta el cuello; su madre entonces la agarró de la cabeza para que no se la llevara la corriente, pero se desprendió ésta del tronco y fue lo único que mi esposa pudo recoger, pues lo restante del cuerpo fue arrastrado por la corriente. Mi mujer ahora aprieta, llorando, la cabeza sobre sus rodillas, y toda mi casa está sumida en una pena insesante.
Yo, por mi parte, me encuentro rodeado de muchos males a partir del momento en que supe que tú le habías despreciado (a Jesús); y quiero ponerme en camino tan sólo para verle, adorarle y escuchar alguna palabra de su labios, pues he perpetrado muchas maldades contra Él y contra Juan el Bautista; ciertamente estoy recibiendo con toda justicia mi merecido, pues mi padre derramó sobre la tierra mucha sangre de hijos ajenos a causa de Jesús, y yo, a mi vez, he degollado a Juan, el que le bautizó.
Justos son los juicios de Dios, porque cada cual recibe su recompensa en consonancia con sus deseos. Así, pues, ya que te es dado ver de nuevo a Jesús, lucha ahora por mí y dile en mi favor una palabra; porque a vosotros, los gentiles, os ha entregado el reino, conforme a lo que dijeron Cristo y los profetas.
Lesbónax, mi hijo, se encuentra en una necesidad extrema, presa de una enfermedad agotadora desde hace muchos días. Yo, a mi vez, me encuentro enfermo de gravedad, sometido al tormento de la hidropasía, hasta el punto de que salen gusanos de mi boca. Mi mujer ha llegado incluso a perder el ojo izquierdo por la desgracia que se ha cernido sobre mi casa. Justos son los juicios de Dios, por cuanto hemos ultrajado al ojo inocente. No hay paz para los sacerdotes, dice el Señor. La muerte hará presa en ellos y en el senado de los hijos de Israel, pues pusieron inicuamente sus manos sobre el justo Jesús. Todo esto ha venido a cumplirse en la consumación de los siglos; y así, las naciones van a recibir en herencia el reino de Dios, mientras que los hijos de la luz serán arrojados fuera por no haber observado lo que convenía en relación con el Señor y con su Hijo.
Por todo lo cual ciñe ahora tus lomos, asume tu autoridad judicial de noche y de día, unido a tu mujer en el recuerdo de Jesús, y será vuestro el reino, pues nosotros hemos hecho padecer al justo. Y si es que hay lugar para mis ruegos, ¡oh Pilato!, puesto que nacimos simultáneamente, da sepultura diligentemente a mi casa, pues preferimos ser sepultados por ti que no por los sacerdotes, a quienes en breve, según las escrituras de Jesús, les espera el juicio. Adiós.
Te he enviado los pendientes de mi mujer y mi propio anillo. Si es que te acuerdas, me lo devolverás en el último día. Ya van aflorando los gusanos de mi boca y con ello recibo el castigo de este mundo; pero temo más a la sentencia de allá, pues los módulos de justicia que me aplicará el Dios vivo serán por duplicado. Vamos desapareciendo fugazmente de esta vida a los pocos años de nacer, y de allí proviene el juicio eterno y la retribución de las acciones.
CARTA DE PILATO A HERODES
Pilato, gobernador de Jerusalén, saluda al tetrarca Herodes.
Nada bueno hice bajo tu instigación el día aquel en que los judíos presentaron a Jesús, el llamado Cristo. Pues de la misma manera que fue crucificado, así también ha resucitado al tercer día de entre los muertos, como acaban de anunciarme algunos, y entre ellos el centurión. Yo mismo he decidido enviar una expedición a Galilea y atestiguan haberle visto en su propio cuerpo y conservando el mismo semblante. Y ha llegado a dejarse ver de más de quinientas personas, con la misma voz e identicas enseñanzas. Estos individuos han ido por ahí dando testimonio de ello, y, lejos de vacilar, han predicado su resurrección como fenómeno extraordinario y han anunciado un reino eterno, hasta el punto de que los cielos y la tierra parecían alegrarse de sus santas enseñanzas (de Jesús).
Y has de saber que Procla, mi mujer, dando crédito a las apariciones que tuvo de él cuando yo estaba a punto de mandarle crucificar por tu instigación, me dejó solo y se fue con diez soldados y Longino, el fiel centurión, para contemplar su semblante, como si se tratara de un gran espectáculo. Y le han visto sentado en un campo de cultivo, rodeado de una gran turba y enseñando las magnificiencias del Padre; de manera que todos estaban fuera de sí llenos de admiración, (pensando) si había resucitado de entre los muertos aquel que había padecido tormento de la crucifixión.
Y, mientras todos estaban observándole con gran atención, divisó a éstos y se dirigió a ellos en estos términos: ((¿Todavía no me creéis, Procla y Longinos? ¿No eres tú por ventura el que hiciste guardia durante mi pasión y vigilaste mi sepulcro? Y tú, mujer, ¿no eres la que enviaste a tu esposo una misiva acerca de mí? (...) el testamento de Dios que dispuso el Padre.Yo, el que fui levantado y sufrí muchas cosas, vivificaré por medio de mi muerte, tan conocida para vosotros, toda la carne que ha perecido, Ahora, pues, sabed que no perecerá todo aquel que haya creído en Dios Padre y en mí, pues yo hice desaparecer los dolores de la muerte y traspasé el dragón de muchas cabezas. Y, en ocasión de mi futura venida, cada uno resucitará con el mismo cuerpo y alma que ahora tiene y bendecirá a mi Padre, al Padre de aquel que fue crucificado en la época de Poncio Pilato)).
Al oírle decir tales cosas, tanto mi mujer, Procla, como el centurión que tuvo a su cargo la ejecución de Jesús, como los soldados que habían ido en su compañia, se pusieron a llorar llenos de afliccción, y vinieron a mí para referirme estas cosas. Yo, a mi vez, después de oírlas, se las referí a mis grandes comisarios y compañeros de milicia; estos, llenos de aflicción y ponderando el mal que habían hecho contra Jesús, se pusieron a llorar durante el día; y asimismo yo, compartiendo el dolor de mi mujer, estoy entregado al ayuno y duermo sobre la tierra,(...) y en esto vino el Señor y nos levantó del suelo a mí y a mi mujer; yo entonces fijé mi vista en él y vi que su cuerpo conservaba aún los cardenales. Y Él puso puso sus manos sobre mis hombros, diciendo: ((Bienaventurado te llamarán todas las generaciones y los pueblos, porque en época tuya murió el Hijo del Hombre y resucitó ya ahora va a subir a los cielos y se sentará en lo más alto. Y caerán en la cuenta todas las tribus de la tierra de que yo soy el que va a juzgar a los vivos y a los muertos en el último día)).
Nada bueno hice bajo tu instigación el día aquel en que los judíos presentaron a Jesús, el llamado Cristo. Pues de la misma manera que fue crucificado, así también ha resucitado al tercer día de entre los muertos, como acaban de anunciarme algunos, y entre ellos el centurión. Yo mismo he decidido enviar una expedición a Galilea y atestiguan haberle visto en su propio cuerpo y conservando el mismo semblante. Y ha llegado a dejarse ver de más de quinientas personas, con la misma voz e identicas enseñanzas. Estos individuos han ido por ahí dando testimonio de ello, y, lejos de vacilar, han predicado su resurrección como fenómeno extraordinario y han anunciado un reino eterno, hasta el punto de que los cielos y la tierra parecían alegrarse de sus santas enseñanzas (de Jesús).
Y has de saber que Procla, mi mujer, dando crédito a las apariciones que tuvo de él cuando yo estaba a punto de mandarle crucificar por tu instigación, me dejó solo y se fue con diez soldados y Longino, el fiel centurión, para contemplar su semblante, como si se tratara de un gran espectáculo. Y le han visto sentado en un campo de cultivo, rodeado de una gran turba y enseñando las magnificiencias del Padre; de manera que todos estaban fuera de sí llenos de admiración, (pensando) si había resucitado de entre los muertos aquel que había padecido tormento de la crucifixión.
Y, mientras todos estaban observándole con gran atención, divisó a éstos y se dirigió a ellos en estos términos: ((¿Todavía no me creéis, Procla y Longinos? ¿No eres tú por ventura el que hiciste guardia durante mi pasión y vigilaste mi sepulcro? Y tú, mujer, ¿no eres la que enviaste a tu esposo una misiva acerca de mí? (...) el testamento de Dios que dispuso el Padre.Yo, el que fui levantado y sufrí muchas cosas, vivificaré por medio de mi muerte, tan conocida para vosotros, toda la carne que ha perecido, Ahora, pues, sabed que no perecerá todo aquel que haya creído en Dios Padre y en mí, pues yo hice desaparecer los dolores de la muerte y traspasé el dragón de muchas cabezas. Y, en ocasión de mi futura venida, cada uno resucitará con el mismo cuerpo y alma que ahora tiene y bendecirá a mi Padre, al Padre de aquel que fue crucificado en la época de Poncio Pilato)).
Al oírle decir tales cosas, tanto mi mujer, Procla, como el centurión que tuvo a su cargo la ejecución de Jesús, como los soldados que habían ido en su compañia, se pusieron a llorar llenos de afliccción, y vinieron a mí para referirme estas cosas. Yo, a mi vez, después de oírlas, se las referí a mis grandes comisarios y compañeros de milicia; estos, llenos de aflicción y ponderando el mal que habían hecho contra Jesús, se pusieron a llorar durante el día; y asimismo yo, compartiendo el dolor de mi mujer, estoy entregado al ayuno y duermo sobre la tierra,(...) y en esto vino el Señor y nos levantó del suelo a mí y a mi mujer; yo entonces fijé mi vista en él y vi que su cuerpo conservaba aún los cardenales. Y Él puso puso sus manos sobre mis hombros, diciendo: ((Bienaventurado te llamarán todas las generaciones y los pueblos, porque en época tuya murió el Hijo del Hombre y resucitó ya ahora va a subir a los cielos y se sentará en lo más alto. Y caerán en la cuenta todas las tribus de la tierra de que yo soy el que va a juzgar a los vivos y a los muertos en el último día)).
martes, 3 de abril de 2012
CARTA DE PONCIO PILATO A TIBERIO.
Carta de Poncio Pilato dirigida al emperador romano acerca de Nuestro Señor Jesucristo.
Poncio Pilato saluda al emperador Tiberio César.
Jesucristo, a quién te presenté claramente en mis últimas relaciones, ha sido, por fin, entregado a un duro suplicio a instancias del pueblo, cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor. Un hombre, por vida de Hércules, piadoso y austero como éste, no existió ni existirá jamás en época alguna. Pero se dieron cita para conseguir la crucificción de este legado de la verdad, por una parte, un extràño empeño del mismo pueblo, y por otra, la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos, contra los avisos que les daban sus profetas y, a nuestro modo de hablar, las sibilas. Y mientras estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que sobrepujaban las fuerzas naturales, y que presagiaban, según el juicio de los físicos, la destrucción a todo el orbe. Viven aún sus discípulos, que no desdicen del maestro ni en sus obras ni en la morigeración de sus vidas; más aún, siguen haciendo mucho bien en su nombre.
Si no hubiera sido, pues, por el temor de que surgiera una sedición en el pueblo (que estaba ya como estado de efervescencia) quizá nos viviera todavía aquel insigne varón. Atribuye, pues, más mis deseos de fidelidad para contigo que a mi propio capricho el que no me haya resistido con todas mis fuerzas a que la sangre de un justo inmune de toda culpa, pero víctima de la malicia humana, fuera inicuamente vendida y sufriera la pasión; siendo así, además, que, como dicen sus escrituras, esto había de ceder en su propia ruina. Adiós. Día 28 de marzo.
Poncio Pilato saluda al emperador Tiberio César.
Jesucristo, a quién te presenté claramente en mis últimas relaciones, ha sido, por fin, entregado a un duro suplicio a instancias del pueblo, cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor. Un hombre, por vida de Hércules, piadoso y austero como éste, no existió ni existirá jamás en época alguna. Pero se dieron cita para conseguir la crucificción de este legado de la verdad, por una parte, un extràño empeño del mismo pueblo, y por otra, la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos, contra los avisos que les daban sus profetas y, a nuestro modo de hablar, las sibilas. Y mientras estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que sobrepujaban las fuerzas naturales, y que presagiaban, según el juicio de los físicos, la destrucción a todo el orbe. Viven aún sus discípulos, que no desdicen del maestro ni en sus obras ni en la morigeración de sus vidas; más aún, siguen haciendo mucho bien en su nombre.
Si no hubiera sido, pues, por el temor de que surgiera una sedición en el pueblo (que estaba ya como estado de efervescencia) quizá nos viviera todavía aquel insigne varón. Atribuye, pues, más mis deseos de fidelidad para contigo que a mi propio capricho el que no me haya resistido con todas mis fuerzas a que la sangre de un justo inmune de toda culpa, pero víctima de la malicia humana, fuera inicuamente vendida y sufriera la pasión; siendo así, además, que, como dicen sus escrituras, esto había de ceder en su propia ruina. Adiós. Día 28 de marzo.
domingo, 8 de enero de 2012
El Helenismo en Israel
II
De aquellos generales salió un retoño impío, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco.
Había estado en Roma como rehén, y comenzó a reinar el año ciento treinta y siete de la era de los griegos.
Por entonces surgieron israelitas apóstatas que sedujeron a muchos diciendo:
-Pactemos con los pueblos de alrededor, pues desde que nos hemos separado de ellos nos han venido muchos males.
Les pareció bien la respuesta,
y algunos del pueblo fueron a ver al rey. El rey los autorizó a seguir las costumbres paganas
y, siguiendo dichas costumbres, edificaron un gimnasio en Jerusalén,
disimularon la circuncisión, abandonaron la alianza santa para asociarse a los paganos y se vendieron para hacer el mal.
De aquellos generales salió un retoño impío, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco.
Había estado en Roma como rehén, y comenzó a reinar el año ciento treinta y siete de la era de los griegos.
Por entonces surgieron israelitas apóstatas que sedujeron a muchos diciendo:
-Pactemos con los pueblos de alrededor, pues desde que nos hemos separado de ellos nos han venido muchos males.
Les pareció bien la respuesta,
y algunos del pueblo fueron a ver al rey. El rey los autorizó a seguir las costumbres paganas
y, siguiendo dichas costumbres, edificaron un gimnasio en Jerusalén,
disimularon la circuncisión, abandonaron la alianza santa para asociarse a los paganos y se vendieron para hacer el mal.
Alejandro Magno y sus sucesores
I
1.Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, salió de su país, venció a Darío, rey de los persas y medos, y le sustituyó en el trono, teniendo a Grecia como cabeza de su imperio.
2.Emprendió muchas guerras, conquistó fortalezas y mató a los reyes de la región.
3.Llegó hasta los extremos de la tierra, saqueó muchos pueblos, y la tierra enmudeció ante él.
Su corazón se llenó de soberbia y de orgullo.
4.Reclutó un poderoso ejército y sometió provincias, naciones y reyes, que le pagaron tributo.
5.Después cayó enfermo y, al darse cuenta de que se iba a morir,
6.llamó a sus altos funcionarios, educados con él desde la juventud, y les repartió el imperio antes de morir.
7.Alejandro murió a los doce años de haber comenzado a reinar.
8.Sus generales se hicieron cargo del poder, cada cual de la provincia que le correspondió.
9.Todos ciñeron la corona después de su muerte y sus hijos después de ellos durante muchos años,
llenando la tierra de males.
1.Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, salió de su país, venció a Darío, rey de los persas y medos, y le sustituyó en el trono, teniendo a Grecia como cabeza de su imperio.
2.Emprendió muchas guerras, conquistó fortalezas y mató a los reyes de la región.
3.Llegó hasta los extremos de la tierra, saqueó muchos pueblos, y la tierra enmudeció ante él.
Su corazón se llenó de soberbia y de orgullo.
4.Reclutó un poderoso ejército y sometió provincias, naciones y reyes, que le pagaron tributo.
5.Después cayó enfermo y, al darse cuenta de que se iba a morir,
6.llamó a sus altos funcionarios, educados con él desde la juventud, y les repartió el imperio antes de morir.
7.Alejandro murió a los doce años de haber comenzado a reinar.
8.Sus generales se hicieron cargo del poder, cada cual de la provincia que le correspondió.
9.Todos ciñeron la corona después de su muerte y sus hijos después de ellos durante muchos años,
llenando la tierra de males.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)